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La familia imperial en el balcón de su palacio en Tokio. Akihito y Michiko (centro) le cedieron el trono a Naruhito y su esposa Masako (izquierda). El actual heredero al trono es el príncipe Akishino, acompañado por su esposa Kiko (derecha), hermano del nuevo monarca, quien no tiene hijos varones.

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El nuevo emperador de Japón y su lucha contra las tradiciones milenarias

Akihito, el emperador que ayudó a su país a sanar las heridas de la guerra, ya quebró la tradición al renunciar a la corona. La misión de su sucesor, Naruhito, es lograr que se modernicen viejas leyes que tienen en peligro de extinción a su familia. Este artículo hace parte de la revista Jet Set.

4 de junio de 2019

En 30 años de reinado, el emperador Akihito respetó las tradiciones de la monarquía ininterrumpida más antigua de la tierra, con al menos 15 siglos de trayectoria. Pero cuando se convirtió en septuagenario, concluyó que ciertas reglas de imperiosa necesidad en el pasado, son poco prácticas hoy.

Tal era el caso, pensó, de la norma que lo obligaba a reinar de manera vitalicia, la cual chocaba con la forma en la que sus fuerzas empezaban a flaquear, por lo que se le dificultaba ya cumplir sus labores que, aunque simbólicas y ceremoniales, exigían una mayor vitalidad.

Cada emperador marca una era y la de Naruhito fue bautizada Reiwa, que significa “bella armonía”, inspirada en la poesía antigua del país, y estos son sus ideogramas.

Hace nueve años, él insinuó por primera vez su deseo de retirarse, pero los sucesivos primeros ministros ignoraron su pedido de tramitar una ley al respecto. El temor de los jefes de gobierno era que darle gusto al emperador se viera como una intromisión de él en política, algo prohibido por la Constitución.

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En 2011, un tsunami que dejó casi 16.000 víctimas y el desastre nuclear de Fukushima motivaron a su majestad imperial a dirigirse por primera vez al pueblo por televisión en 22 años de reinado, y sus palabras de consuelo causaron gran impacto.

Acto seguido, él y la emperatriz Michiko recorrieron las zonas afectadas y con ello la reverencia ancestral a la monarquía se profundizó. Gracias a esa reacción favorable, Akihito emprendió lo que The New York Times llamó “abdicación a la japonesa”.

En 2016, cuando llegó a los 83, filtró a la prensa su intención de dimitir. Luego, reapareció en televisión hablando de su edad avanzada y dando a entender que había llegado la hora del relevo.

“La alocución fue un pedido directo al pueblo y una manera diestra y elegante de esquivar las restricciones legales y la obstrucción del gobierno”, anotó el diario. La respuesta popular, en efecto, fue a su favor y el primer ministro Shinzo Abe tuvo que buscar el mecanismo para que disfrutara del merecido retiro. 

Akihito vistió el Korozen no Goho, un atavío imperial dedicado a importantes rituales, que data del siglo IX, para la ceremonia de su abdicación en el Palacio Imperial el pasado 30 de abril.

Escarbando en la historia, se revela que antes que una ruptura de la tradición, su abdicación, la primera en 200 años, fue más bien un regreso a viejas costumbres. Resulta que hasta el siglo XIX, el mikado, como se solía llamar al emperador, era libre de dejar el trono cuando quisiera, y entre 645 y 1817 más de la mitad lo hizo.

En Japón cada emperador marca una era. La de Akihito fue la Heisei y evocará la deuda de los japoneses con él.

Antes de ascender al trono, en 1989, enfrentó a los ultraconservadores que se oponían a que el país pidiera perdón por sus agresiones en la Segunda Guerra Mundial. Él lo hizo una y otra vez, y así rehabilitó la imagen de su patria, que conformó el eje del mal con Alemania e Italia en la contienda.

Akihito redefinió lo que es ser de la realeza en Japón. Creció en la Tokio en ruinas de la posguerra, educado por una institutriz elegida por Douglas MacArthur, director de la ocupación estadounidense.

La familia imperial japonesa está en riesgo de acabarse porque solo hay cinco hombres y las mujeres ni sus herederos pueden reinar. En la foto, Masako, Kiko y otras parientas del emperador en la pasada fiesta de Año Nuevo.

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A los doce años, supo que no sería considerado un dios como hasta hacía poco lo había sido su padre, Hirohito, y los 123 emperadores que lo antecedieron, por decisión de los gringos.

Las ideas democráticas a la occidental que le inculcó McArthur pudieron influir en la elección de su esposa. En 1957 conoció en una cancha de tenis a Michiko Shoda, llamada despectivamente “la hija del molinero”, dado que su padre era un industrial de las harinas, y no era considerada apta para un príncipe por carecer de sangre real.

Michiko, “la hija del molinero”, enamoró al entonces príncipe Akihito, en una cancha de tenis en 1957. Fue la primera plebeya que emparentó con la familia imperial.

Pero el amor triunfó y ella se convirtió en la primera plebeya en ingresar a la familia imperial que, de todos modos, le cobró su hazaña: su suegra, la emperatriz Nagako, la llevó al colapso nervioso a punta de humillaciones por su origen.

En 1960, la pareja tuvo a su primogénito, Naruhito, quien desde el 1 de mayo preside la era Reiwa y cuyo tránsito al trono ha sido complicado.

Cuando su padre fue coronado, había inquietud porque, a punto de los 30, no se había casado. La Agencia de la Casa Imperial le elaboró una lista de 200 candidatas, ricas y nobles, pero él solo quería a la que se le resistía, Masako Owada, una princesa improbable.

Educada en Oxford y una prometedora diplomática, ella rompía el molde de sumisión de las japonesas. Tras mucha insistencia, Naruhito la desposó en 1993 y aunque se siguen amando, el drama no falta, ya que las estrictas normas de la realeza le produjeron a Masako una honda depresión, aunque se le ha visto animada en su debut como emperatriz.

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Otro factor que agravó la desventura de la consorte es que no pudo darle un hijo varón a su marido, sino una niña, Aiko. En el país asiático, las mujeres no pueden reinar y los emperadores solo pueden salir de la línea masculina de la realeza, considerada “el precioso tesoro de la raza japonesa”.

La reforma constitucional que le hubiera permitido ser entronizada a Aiko estaba a punto de ser aprobada, cuando el príncipe Akishino, hermano de Naruhito y hoy nuevo heredero de la corona, tuvo a un hijo varón, Hisahito, de 12 años.

El problema es que este último es el único infante de sexo masculino de su generación y para nadie es un secreto que la casa imperial está en peligro de extinción por su déficit de varones.

De los 19 miembros actuales de la familia, solo cinco son hombres, pero se descuenta a Akihito. Cuando las princesas se casen deberán dejar el clan, y en un futuro no muy lejano quedarían sobre las espaldas de Hisahito y su esposa todas las responsabilidades de la realeza, además de la grave presión de traer al mundo a un heredero.

Y ya se ha visto con Masako, lo que trae poner a una princesa contra las cuerdas de una terca tradición que se podría derribar de un plumazo. Ese será el gran reto de Naruhito y su flamante periodo Reiwa.

Hirohito, abuelo de Naruhito, fue el último emperador venerado como una deidad por los japoneses. Se alió con Alemania e Italia en la Segunda Guerra Mundial y tras la derrota, los gringos lo obligaron a renunciar a casi todos sus poderes.

* Este artículo hace parte de la última edición de la revista Jet Set. Puede ver más artículos aquí.