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Lo que digan Uribe o Petro

La gente es más irracional en política de lo que podría imaginarse. Un novedoso experimento realizado por Corpovisionarios demostró que los seguidores de un líder están de acuerdo con cualquier cosa que diga.

19 de agosto de 2017

"Yo voto por el que diga Uribe”. La valla que apareció con ese mensaje en Montería dio de qué hablar en todo el país, y aunque algunos se sorprendieron, otros lo vieron como un fenómeno común entre los adeptos del expresidente. Sus partidarios lo ven como un líder que siempre tiene la razón y por eso muchos lo siguen y le creen ciegamente. Pero este fenómeno no solo pasa en el uribismo. La situación se replica en todo el espectro ideológico, como lo demostró un experimento psicosocial realizado por Corpovisionarios.

Los investigadores reunieron a 32 ciudadanos, 16 seguidores del expresidente Uribe y 16 del exalcalde de Bogotá Gustavo Petro, y los dividieron según sus afinidades. Luego les presentaron cuatro frases. A los uribistas les mostraron declaraciones de Petro, pero les dijeron que las había dicho Uribe, y viceversa.

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Las frases iban subiendo de tono en materia ideológica, hasta el punto de que la cuarta era prácticamente contraria a las posiciones reales de su político preferido. La última presentada a los petristas tenía conceptos cercanos a la “confianza inversionista” de Uribe, como las “altas tasas de inversión”, la “actividad económica” y la necesidad de “apoyar la competitividad”. Por su parte, la última mostrada a los uribistas definitivamente tenía la marca de Petro, pues hablaba del “pueblo latinoamericano”, la “diversidad”, detener al “fascismo” y la “solidaridad con la Bogotá Humana”. Cada participante recibió un formato en el que debía expresar qué tan de acuerdo o en desacuerdo estaba con cada una de las cuatro afirmaciones. Los resultados fueron sorprendentes e inquietantes: una amplia mayoría manifestó estar de acuerdo con las ideas, solo porque les habían dicho que provenían del político que apoyan, aunque en realidad provenían del otro.

Henry Murrain, director ejecutivo de Corpovisionarios, le explicó a SEMANA que el objetivo del ejercicio era “observar los sesgos en las opiniones políticas y revisar si la gente está dispuesta a defender ideas que incluso podrían resultar contrarias a sus convicciones ideológicas, por el simple hecho de que supuestamente las dijo su político favorito”.

Estos hallazgos demuestran que la mayoría de los ciudadanos interpreta la realidad política por medio de prejuicios, de sesgos a priori, que generalmente son inconscientes, pero impactan el debate político. “Más que una evaluación sopesada y racional, prima un espíritu de grupo que se antepone a las opiniones de la gente: ‘sea lo que sea hay que defender lo que dice mi grupo’ y, por otro lado, ‘sea lo que sea hay que rechazar lo que diga el grupo contrario’”, afirmó Murrain.

Pero más allá del espíritu de grupo, este experimento pone sobre la mesa un fenómeno que, si se mira en retrospectiva, ha sido constante en la política colombiana: el personalismo. La esencia de la democracia es que las masas elijan un líder que represente sus intereses. Sin embargo, en Colombia la democracia propiamente representativa es débil, pues su base, la adherencia y la legitimidad de los partidos políticos es baja. Esto explica que a lo largo de la historia las masas recurran a un “hombre fuerte” capaz de concentrar intereses diversos.

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A través de los siglos, los caudillos y los populistas han cumplido esta función. Sea cual sea el nombre, la idea es la misma: el electorado no vota por un proyecto político, sino por una persona que es en sí misma el proyecto. El personalismo se basa en un líder carismático al cual sus partidarios apoyan a ciegas, pues no importa lo que diga o lo que haga. Este fenómeno representa dinámicas comunes de los sistemas presidencialistas de Colombia y América Latina, pero se convierte en un problema en el momento en que el debate político se vuelve visceral e irracional. Cuando se apoya y se descalifica con base solo en el nombre de quien habla y no por las ideas que transmite.

Cuando Corpovisionarios les contó a los participantes que esas frases no eran de su político de cabecera, hubo reacciones diversas e igualmente llamativas. Bocas abiertas y gestos de desconcierto e incluso de vergüenza. SEMANA habló con algunos de ellos, que resaltaron la importancia de tener la mente abierta, pues no necesariamente se deben descalificar las propuestas de un político solo porque no es su favorito o porque es distante en el espectro ideológico. Incluso, una de las participantes dijo tajante: “Tengo mucho miedo por mi país porque estamos creyendo ciegamente en figuras y no nos estamos fijando en qué necesitamos”.

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El experimento es particularmente relevante en estos momentos, pues podría reproducirse con otros políticos carismáticos y los resultados seguramente serían similares. Antes, ser moderado era una característica esencial para triunfar en las elecciones, porque permitía ganar votos en ambos lados del espectro político y le llegaba al “votante mediano” que por lo general se encuentra en el centro. Sin embargo, actualmente con la polarización se suele macartizar a los moderados como tibios y débiles.

Polarización es la palabra de moda. Pero más allá de eso, la falta de racionalidad en el debate político es un peligroso caldo de cultivo que favorece a candidatos del estilo de Donald Trump. El país necesita más ideas y menos visceralidad, sobre todo de cara a unas elecciones presidenciales que prometen ser de infarto.