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Las Farc ahora son la Farc

Aunque los antiguos guerrilleros aseguran que su nuevo partido será amplio y sin dogmas, conservar una sigla de tan ingrata recordación demuestra que su mayor interés no está en conquistar a la opinión.

3 de septiembre de 2017

El domingo pasado, cuando se instaló el congreso constitutivo del partido de las Farc, Timochenko les pidió a los 1.200 delegados mirar hacia delante y no quedarse añorando el pasado. “Tenemos que tomar conciencia real de la amplitud con que debemos dirigirnos a la nación, sin dogmas ni sectarismos…”. Quizá por ello, el logo que adoptaron cuatro días después tiene la imagen de una rosa roja, el símbolo de la internacional socialista que, por lo menos en Europa, significa socialdemocracia. Pero a la hora de elegir el nombre del movimiento, se impuso el pasado. Una aplastante mayoría de los delegados decidieron que el partido se llamará Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común –Farc–. Muchos de ellos tenían voz por primera vez e hicieron sentir sus nostalgias con el pasado, la vigencia de sus sueños revolucionarios y una lealtad con los muertos que dejó la guerra. El nombre resultó ser una espina para la imagen del nuevo movimiento.

Mantener la sigla de Farc tiene implicaciones más allá del marketing político. Por un lado, envía el mensaje de que no hay una revisión o crítica a su historia. Por el otro, que en este momento su atención electoral no estará centrada en los sectores de opinión para quienes ese nombre evoca terror, arrogancia y sangre. Puede decirse que las bases del nuevo partido le copiaron más a Iván Márquez, quien cree que los territorios serán su principal escenario político.

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Que se haya impuesto esta tendencia es explicable. Para los guerrilleros este ha sido un año de vértigo. “Firmaron un acuerdo de paz, se concentraron, dejaron las armas, no tiene claro cómo serán ahora sus vidas, y como si fuera poco acaban de fundar un partido” explica Jairo Estrada, de Voces de Paz. Al parecer, las bases farianas quisieron dejar claro que abandonar las armas no es dejar su ideología. Se reafirmaron en una identidad de grupo y en su cohesión interna, algo que tampoco es inocuo en un momento de tránsito como el que enfrentan. Pero eso no quita que sea un error político. La insistencia en el carácter revolucionario espanta a muchos potenciales aliados que consideran que el camino del cambio pasa por las reformas, y no por las aventuras autoritarias tipo Venezuela.

Pero si el nombre se pone a la izquierda, el carácter, programa y la estructura son mucho más amplios y se distancian de los postulados clásicos de los partidos comunistas. Allí se sintió especialmente el liderazgo de Timochenko y Pablo Catatumbo. El debate más duro del congreso fue ideológico: si debían definirse como una organización marxista-leninista o no. Al final se impuso la tesis de que hay muchas corrientes críticas y libertarias y que todas ellas deben ser sus referentes, incluido el pensamiento bolivariano.

El programa tiende a ser más reformista que socialista. Habla, por ejemplo, de formas mixtas de economía, no cuestiona la propiedad privada, reivindica la democracia, se centra en el impulso de los territorios, sobre todo en materia ambiental y las demandas sociales de los más pobres. En cuanto a la plataforma política para este periodo, la Farc pone en el centro el acuerdo de paz y la necesidad de crear una gran convergencia para defenderlo en las urnas en 2018.

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Quedó claro que el nuevo movimiento no se dedicará solo a la alta política desde el Congreso, sino que gran parte de su esfuerzo estará en las regiones y en los movimientos sociales, con la certeza de que tienen mayores oportunidades de éxito electoral en 2019 en muchos lugares en los que reinan la corrupción y el abandono. Como su estrategia para crecer está en lo local, también se han definido como un movimiento amplio, al que pueden adherir no solo personas, sino otros movimientos. De candidaturas presidenciales ni se habló. Pero se sabe que están de acuerdo con una consulta interpartidista entre todos los candidatos que apoyan la paz.

Todas sus decisiones, coherentes con su ideología, con su historia y con la realidad de sus bases, les harán más difícil el camino hacia la gran coalición que sueñan. A la instalación del Congreso no fue ningún candidato –ni siquiera Humberto de la Calle, quien fue jefe del equipo negociador del gobierno con la Farc–, ningún miembro del gobierno, y apenas un par de congresistas. Nadie se quiere tomar la foto con ellos.

También quedó claro que en las elecciones a Congreso tampoco apostarán por conquistar la opinión. Los principales jefes de ese grupo ocuparán las curules en el Congreso. Aunque la conformación de las listas quedó aplazada y en manos de una dirección nacional de 110 miembros, hasta ahora han considerado que no haya personas externas a la guerrilla, y que en ellas estarán incluso quienes están condenados por crímenes de lesa humanidad. Esa es la batalla más grande que los excomandantes de ese grupo insurgente dieron en La Habana: no tener ninguna restricción para hacer política. Sin embargo, algunos analistas creían que pensando en el futuro del proyecto político algunos podrían declinar hacer parte del Congreso. Eso les evitaría la incómoda situación de estar legislando en el Capitolio, al tiempo que rinden cuentas por crímenes atroces ante la justicia especial de paz. Habrá que ver si de todos modos incluyen algunos líderes más frescos de sus propias filas. También está claro que sus cinco cupos de Cámara de Representantes serán de las regiones donde hay grandes ciudades, incluyendo muy probablemente a Bogotá, Antioquia y el Valle.

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La Farc será un partido de izquierda, que aunque en la actual coyuntura hable de hacer parte de un gobierno de transición, buscará convertirse en una alternativa política para cambiar el propio sistema. Habrá que ver lo que ocurre en el terreno de la realpolitik. Tanto el M-19 como el EPL intentaron lo mismo y terminaron convertidos en un sector crítico al sistema, pero declinaron cambiarlo. Lo mismo le ocurrió a la URNG en Guatemala, que mantuvo su tradición izquierdista y quedó reducida a una minoría exigua; y el FMLN, en El Salvador, tuvo que trasegar por varias derrotas como exguerrilleros, y luego llegó al poder cuando se renovó. Según muchos observadores, no solo no cambiaron el sistema, sino que terminaron adheridos a lo peor de él.

Qué tan bien le vaya a la Farc es difícil de predecir. Sus líderes tienen todo por ganar, pues su popularidad y su presencia electoral han sido negativas siempre. Si bien el desastre de Venezuela espanta cualquier posibilidad política para quienes abracen la causa de una revolución al estilo chavista, también es cierto que en Colombia la crisis de los partidos tocó fondo. En la última encuesta de Gallup el partido creado por las Farc tiene mayor favorabilidad que los actuales. De ese tamaño es el desencanto de los colombianos con sus líderes políticos.

A eso hay que sumar que con las reglas de juego actuales el Polo Democrático y el Partido Verde tendrán que hacer enormes esfuerzos para mantener el umbral, y por tanto su existencia como partidos está en juego. En un año, en cambio, la Farc tendrá una bancada de 10 congresistas, dinero para hacer política y un centro de pensamiento. Muy probablemente terminará por ser la izquierda institucional de Colombia.

La Farc tiene una fortaleza que solo comparte con el Centro Democrático y el Mira: la disciplina y la capacidad de organización. Ya decidieron que sus núcleos básicos serán los comunes, grupos de trabajo en veredas y barrios. Este es un atributo que en un escenario de anarquía partidista como el actual puede ser muy valioso.

Hay que destacar que con la creación de la Farc se cumple uno de los propósitos principales del proceso de paz. Este grupo de excombatientes en adelante jugará sin armas en la política. Después de 53 años de combinar armas y votos esto es una ganancia inconmensurable para el país.

De los dirigentes de la nueva Farc dependerá si esta se mantiene como un grupo aferrado a su pasado o si se va sintonizando con los cambios que quiere el país. Que en todo caso están más en el terreno de las reformas que de la revolución.