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Sócrates Brasileiro Sampaio fue el líder de la Democracia Corinthiana durante el partido Brasil-Francia en México 86.

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Los futbolistas que desafiaron a dictadores, corruptos y violentos

En una época en la que muchos deportistas viven como celebridades, un documental y una serie rescatan la historia de jugadores que decidieron luchar contra las injusticias de sus países.

9 de junio de 2018

Sócrates recibió el balón y con dos enganches dejó en el camino a dos jugadores de la Unión Soviética. Luego, no dudó en sacar un zapatazo desde unos 25 metros: el balón voló como misil hacia el ángulo superior derecho del arco que defendía Rinat Dassaev. Su esfuerzo no logró detenerlo. Empataba Brasil.
Trece minutos después, Sócrates dejó pasar un balón entre sus piernas para que Eder, de un zurdazo letal, dejara paralizado al portero. A dos minutos del final, la verdeamarela en su debut le ganaba 2-1 a la URSS en el estadio Sánchez-Pizjuán, Sevilla, durante el Mundial de España 82.

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Tal vez fue el juego de la vida de Sócrates, el responsable del jolgorio de un país que se extendió durante cuatro partidos más hasta que la Italia de Paolo Rossi le ganó 3-2 en un encuentro memorable. Brasil no olvida sus gestas, uno de los mejores jugadores de todos los tiempos. Pero hoy quizá le recuerdan tanto o más por haber luchado para que la democracia regresara a su nación.


Foto: AP. El chileno Carlos Caszely le dijo no al dictador Augusto Pinochet. Además, estrenó la recien establecida tarjeta roja en el Mundial, en 1974.

Así lo recuerda el documental Los rebeldes del fútbol, de Gilles Perez y Gilles Rof, dedicado a los futbolistas que trascendieron más allá de las canchas, que antepusieron el interés por las ideas y por sus países antes que a la fama y al glamur del deporte. Ese trabajo posteriormente originó una serie del mismo nombre, disponible en YouTube, que retrata por el mundo las historias conmovedoras de futbolistas muchos de ellos olvidados. Una producción casi subversiva en la época de los opulentos Messi y Ronaldo.

Contra la corriente, desfilando por festivales de cine y con audiencias aceptables, la película revela su mensaje sin restricciones. Sócrates, protagonista de una de sus historias, lideró al final de la década del setenta y comienzo de los ochenta (en la época de España 82), la Democracia Corinthiana, un proyecto que bajo el lema “Libertad con responsabilidad” invitaba al pueblo a pedir elecciones y desafiar al gobierno militar que los regía desde 1964.

En ese modelo, los miembros del equipo Corinthians, utileros, preparadores, jugadores y directivos, decidían por voto quién cobraba un penal, quiénes jugaban o cuánto debería durar un entrenamiento. Y en sus camisetas aparecían consignas como diretas-já (elecciones ya) y eu quero votar para presidente (quiero votar para presidente). Los hinchas asentían desde las tribunas.


Foto: AFP. Para celebrar la anexión de Austria a Alemania, en 1938, hubo un partido entre las dos selecciones que debian ganar los alemanes sí o sí. 

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Sócrates, médico de profesión, sabía que si desde el segundo equipo más popular de Brasil (el primero es Flamengo) hablaba de democracia interna, el ejemplo podría cundir en la democracia política y social. “Las victorias políticas son más importantes que las de fútbol. Es más que el deporte”, sentenciaba el exfutbolista, que murió en 2011. La Democracia Corinthiana logró, además de títulos, encender un fuerte movimiento social a favor de elegir a sus gobernantes. Y recibió críticas, incluso de otros deportistas que la veían como inútil. Los militares, al mando del general João Baptista Figueiredo, no mostraron simpatía alguna por la idea. En 1984, Sócrates dijo que se iba de Brasil si no celebraba elecciones. No las hubo (vendrían un año después) y se fue a jugar a Italia. Diría: “Regalo mis goles a un país mejor”.

Unos pocos años antes del brasileño, otro latinoamericano que rescata el documental se salió del molde: Carlos Caszely, entonces el gran goleador chileno, quien simpatizaba con Salvador Allende y el Partido Comunista. Tras el golpe militar de Augusto Pinochet en 1973, sabía que su vida peligraba y decidió aceptar una oferta del fútbol español. Al año siguiente, poco antes de que la selección viajara al Mundial de Alemania en 1974, Pinochet despidió a cada uno de los jugadores en el Palacio de la Moneda. Caszely no le extendió la mano. El atacante, que también pasaría a la historia por estrenar la tarjeta roja en una Copa del Mundo, públicamente desafió a la dictadura y nunca bajó la guardia.

En 1988, Chile se alistaba para votar un plebiscito sobre la permanencia de Pinochet en el gobierno hasta 1997. Durante la campaña sobresalió una serie de comerciales en los que varios torturados narraban su experiencia en la televisión. En uno de ellos una mujer, Olga Garrido, refería haber sido agraviada y torturada de tal manera que nunca contó los detalles a su familia. De repente, aparecía Caszely: “Por eso voto por el no. Porque sus sentimientos son mis sentimientos. Porque el día de mañana podremos vivir en democracia, libre, sana, solidaria, que todos podamos compartir. Porque esta linda señora es mi madre”.

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Tanto hijo como madre habían guardado el secreto. Hace cinco años, en una entrevista con el diario Marca, Caszely expresó: “Hoy puedo decir que estoy orgulloso de haber ayudado a que mi país volviera a la democracia”. Ganó el No, y Pinochet salió del poder por voluntad popular.
En África, Los rebeldes del fútbol también se hacen sentir. Uno de los mejores delanteros recientes fue Didier Drogba, líder absoluto de Costa de Marfil, que salió del confinamiento al participar de tres mundiales consecutivos: 2006, 2010 y 2014. Su país, también hundido en las habituales guerras civiles en el occidente de aquel continente, es un polvorín desde 2002 por la división entre el norte (gobiernista) y el sur (rebelde).

La pugnacidad amainó en 2005 cuando el equipo nacional clasificó al Mundial de Alemania. Drogba, en medio de la celebración dentro del camerino, se arrodilló frente a las cámaras y dijo: “Ciudadanos, les pedimos que se perdonen los unos a los otros. Dejen las armas y organicen unas elecciones libres”.
Contra todos los pronósticos, hubo un cese al fuego. Un año después, cuando recibió el trofeo de mejor jugador africano, visitó Bouaké, zona rebelde, para pedir paz y unidad. Pero en 2007 organizó lo impensable: un partido de fútbol de la selección en ese mismo lugar al que asistieron los jerarcas del gobierno y en el que todos cantaron el himno nacional. Drogba salió hasta en la portada de la revista Time. Sin embargo, la guerra volvió en 2011 y duró un año. El exjugador del Chelsea es hoy un activista de la paz, no solo de su país, sino del mundo.

No muy lejos de allí, en Liberia, George Weah desde este año gobierna esa nación, que tuvo 150.000 muertos en los primeros seis años de conflicto interno. El delantero es el único jugador africano que ganó el Balón de Oro, en 1995, tras muchas tardes de gloria en el Milan. Cuando levantó el trofeo dijo: “Ofrezco mi Balón de Oro por la paz de mi tierra”.


Foto: AP. George Weah, el único Balón de Oro africano, es hoy presidente de Liberia, su país. 

Hubo represalias por el gesto: varios soldados violaron a dos de sus primas por orden del gobierno en Monrovia. Más tarde, sabiendo de sus propósitos presidenciales, sus opositores dictaron una ley que exigía que los aspirantes debían certificar estudios, Weah no los tenía, pero viajó a Estados Unidos para cursar administración de empresas. De esta manera este hombre, que bien podía estar en Mónaco o Milán disfrutando de su jet y sus mansiones, decidió sacar a su país del atolladero. En cuatro años se hablará de gloria o de fracaso.

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Y así hay muchos más casos, en diferentes tiempos, algunos incluidos en el documental o en la serie, como el austriaco Mathias Sindelar o el inglés Stan Cullis, que retaron en su cara a los nazis; o como el bosnio Predrag Pasic, que pudo huir de la guerra de los Balcanes, pero prefirió montar una escuela de fútbol en medio de las balas. 


Foto: Getty Images. El inglés Stan Cullis (centro) se negó a estirar el brazo para saludar a la cupula nazi, durante un partido Inglaterra-Alemania en 1938, en Berlín. 

O, por qué no, como la de Claudio Tamburrini, el arquero argentino y filósofo que sobrevivió a las torturas de la dictadura militar argentina tras una fuga de película del lugar en el que estaba recluido. Y, finalmente, como la de Lutz Eigendorf, asesinado por la Stasi, la policía política de la Alemania comunista en 1983, por desertar al oeste durante un partido del Dinamo de Berlín y el Kaiserlauten. Al finalizar la película, el exfutbolista francés Eric Cantona se pregunta: “¿Realmente sabemos de fútbol?”.