Empresario usando una calculadora para calcular los números con signo de cero por ciento
Empresario usando una calculadora para calcular los números con signo de cero por ciento | Foto: Getty Images/iStockphoto

ECONOMÍA

En qué consiste la enfermedad del crecimiento económico cero

Con una población mundial que acaba de llegar a los 8.000 millones de personas –y seguirá creciendo– no es posible plantearse un crecimiento económico cero.

6 de diciembre de 2022

La –población mundial ha aumentado hasta los 8 000 millones de personas. Y lo seguirá haciendo. ¿Sería posible dejar de crecer económicamente y seguir disfrutando del nivel de vida actual? ¿Es un crecimiento económico nulo compatible con el crecimiento de la población? ¿Es posible la innovación tecnológica sin crecimiento económico? ¿Es compatible con las políticas que mitigan el cambio climático? La respuesta a todas estas interrogantes es no. Tendríamos que seguir repartiendo la misma tarta, pero cada vez entre más comensales.

Crecimiento, población y desigualdad

Necesidades que son crecientes con el paso del tiempo al menos por tres razones: el crecimiento de la población, la elevación de los estándares de calidad de vida y la disminución de la desigualdad social. Hablamos de crecimiento económico cuando la diferencia que registra el producto interior bruto (PIB) entre dos años consecutivos, una vez descontada la inflación, es positiva. Así, medimos lo producido en términos reales, sin el efecto de los precios.

En España la población ha crecido desde 1980 en 10 millones de personas, llegando a algo más de 47 millones a finales de 2022. En ese mismo periodo el PIB per cápita ha pasado de menos de 10.000 dólares a casi 30.000 dólares, con un descenso en la desigualdad social, aunque la concentración de la riqueza va en aumento. Y esto es un hecho a nivel mundial. Aunque en algunas zonas del planeta la desigualdad se ha mantenido, a nivel global la desigualdad ha decrecido y el PIB per cápita ha aumentado. No es una casualidad.

La cantera de bienestar

Los países que han registrado un mayor aumento del bienestar en estos 40 años son aquellos que han crecido casi de forma continuada, incluso bajo diferentes patrones.

En economías que se desarrollan en ámbitos muy diferentes como Alemania, con un crecimiento moderado de su PIB, o Chile, que ha experimentado mayores picos de crecimiento del PIB (aunque también periodos de recesión) y es un país que experimentó una severa dictadura, se observa una tendencia positiva de crecimiento a lo largo del tiempo.

El resultado común es que ambos países (pero especialmente Chile) han progresado en la disminución de la desigualdad, incrementando notoriamente el poder adquisitivo de una creciente clase media. Esto se da sobre todo en Alemania, que tiene menos problemas de desigualdad en términos relativos. La ‘magia’ de estos cambios no radica solo en una buena administración del Estado y en una suerte de inercia de mejora a través del tiempo.

Bienestar y tecnología

Si nos fijamos en la historia de la humanidad, los grandes saltos de bienestar de la población se han producido cuando ha habido grandes avances tecnológicos. Por ejemplo, en las dos revoluciones industriales los avances técnicos y el mayor dinamismo del sector industrial, que incrementó la competencia entre empresas, favoreció una mayor contratación de trabajadores, mejoró las condiciones de trabajo e hizo aumentar el consumo de los hogares.

Durante el siglo XX, y a pesar de sus dos guerras a gran escala, los avances tecnológicos y la irrupción de la era digital ha llevado a picos de crecimiento sostenido nunca antes vistos. Con una población mundial que acaba de llegar a los 8.000 millones de personas, y seguirá creciendo, no es posible plantearse un crecimiento económico cero. Si se dejara de invertir en investigación, desarrollo e innovación (I+D+I) nos quedaríamos anclados en el nivel de tecnología actual. El cambio climático seguiría su curso sin poder llevar a cabo acciones para mitigarlo, ya que estas van unidas, en la mayoría de los casos, a avances científicos y técnicos, además de a una mayor concienciación ciudadana.

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Empresario que usa tableta y computadora portátil analizando datos de ventas y gráfico de crecimiento económico. Estrategia de negocios. | Foto: Getty Images/iStockphoto

Si las economías se estancaran y fueran aterrizando poco a poco en un crecimiento nulo, las condiciones sociales de la población se deteriorarían y, lo que es peor, el efecto se autoalimentaría, siendo sus consecuencias cada vez mayores y deslizándonos hacia el crecimiento negativo.

Educación, investigación y productividad

La inversión, el consumo y el gasto público, además del comercio internacional, son los pilares del crecimiento del PIB. Podríamos admitir que el consumo quedase estancado, pero esto sería admitir que no solo nuestra capacidad para adquirir nuevos productos mejorados sería nula, sino que aquella parte de la población que engrosa las filas del paro o que tiene trabajos mal remunerados quedaría presa de su situación.

En efecto, una condición necesaria para que exista un descenso del paro y una mejora salarial es que haya un aumento de la productividad, que necesita inversión, contribuyendo a un incremento del PIB. Y aún más, si no podemos comprar productos mejorados y no existe una mejora de eficiencia productiva es porque el I+D+I (que, otra vez, necesita de inversión) es inexistente.

Crecimiento y Estado

Por último, si el gasto del Estado, que destina recursos a educación, infraestructuras, sanidad y protección social, no dispone de financiación, no podrá ofrecer una mejora de las prestaciones. Para ofrecerlas necesita financiación que proviene, o bien de la recaudación de impuestos, que bajo la premisa de crecimiento económico nulo sería la misma porque no descendería el paro ni se incrementarían los salarios, o bien de un aumento de la deuda pública.

Competencia empresarial e innovación

El dinamismo de los mercados también contribuye a un crecimiento económico positivo. Cuando hablamos de dinamismo, nos referimos al nivel de competencia entre empresas. Cuando este es elevado, se incrementan los incentivos a la innovación para diferenciar productos y servicios, que necesitan de inversión en I+D+I y, una vez más, llevarán a la espiral virtuosa del aumento del trabajo cualificado, mejor pagado, y al aumento de productos en el mercado con alto valor añadido, que deberán ser comprados a mayor precio.

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Inversión global en acciones Concepto de economía financiera | Foto: Getty Images

Nada de esto sería posible con un crecimiento nulo, donde la clase media, estática, no aumentaría su poder de compra. Esto imposibilitaría la entrada en el círculo virtuoso de la educación-investigación-innovación, que genera nuevos productos y servicios mejorados. Además, la desigualdad no disminuiría al no poder ofrecer las empresas más y mejores puestos de trabajo. Y ya hemos razonado que el Estado tampoco podría mejorar los niveles de cobertura social, perpetuando la situación de la población menos favorecida.

El camino a seguir

Son muchos los motivos y las consecuencias por las que defender un crecimiento económico nulo no parece viable. Crecer moderada y continuadamente es lo más saludable para una economía, sin perder de vista el reparto equitativo del crecimiento, fomentando la disminución de la desigualdad e incrementando las clases medias con un poder adquisitivo suficiente para mantener el consumo.

Un programa de políticas activas que mitiguen el cambio climático debe crear incentivos para un incremento del I+D+I, así como mayor inversión en la concienciación ciudadana a través de la educación. Sin un crecimiento económico sostenido, esto es imposible de mantener en el tiempo. La competencia entre empresas, un entorno favorable a la inversión productiva, un Estado con una regulación clara y un sistema público de protección estable generan crecimiento moderado pero continuo. ¿Crecemos o preferimos estancarnos?

Por: Carlos Gutiérrez Hita

Profesor titular de Universidad. Economía industrial (transporte, energía, telecomunicaciones), Universidad Miguel Hernández

Artículo publicado originalmente en The Conversation

The Conversation