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Con ocasión de la muerte de Gilberto Rodríguez Orejuela, capo del cartel de Cali, testimonios de la DEA refieren la complejidad de su organización criminal.
Con ocasión de la muerte de Gilberto Rodríguez Orejuela, capo del cartel de Cali, testimonios de la DEA refieren la complejidad de su organización criminal. | Foto: Joe Burbank/Orlando Sentinel via AP

Cartel de Cali

Cartel de Cali: la organización que actuaba como pulpo y el reto que significó para la DEA

A comienzos de los años noventa, la DEA identificaba algunos rasgos particulares que hacían diferente la operación de la agrupación narcotraficante, esto frente a otras pares en su momento.

1 de junio de 2022

New Kings of Coke”, contundente, así era el titular de un artículo publicado en la revista Time en 2001 por la periodista Elaine Shannon Washington en el que se retomaban las experiencias de los agentes de la DEA en la investigación que, a finales de los años ochenta e inicio de los noventa, se ocupaban de rastrear a una poderosa organización criminal, el Cartel de Cali, que se ganaba los reflectores tras la aparente caída de la que, hasta ese momento, era considerada la más peligrosa agrupación narcotraficante: el Cartel de Medellín, a cargo de Pablo Emilio Escobar Gaviria, quien para la época había negociado su entrega a las autoridades colombianas y sido encarcelado en la cárcel de La Catedral, a cambio de no ser extraditado a Estados Unidos; no obstante, posteriormente escaparía de ella.

En el artículo se esbozan grandes diferencias entre los más fuertes carteles de la droga, refiriendo como uno de esos rasgos principales el carácter discreto que intentó tomar el Cartel de Cali, a diferencia del de Medellín, marcado por los lujos, las fiestas, y las manifestaciones ostentosas que marcaron su actuar.

Según Time, el cartel dirigido por figuras de la delincuencia como los hermanos Rodríguez Orejuela, los Urdinola, los Orejuela Caballero y Don Chepe Santacruz, entre otros, había optado por un perfil más recatado, capaz de camuflar su actividad ilícita entre negocios ilegales, lo que los había hecho un ‘hueso aún más duro de roer’, y su actividad, un sector menos rastreable que en el caso del cartel dirigido por Escobar, gracias a la implementación de estructuras aún más organizadas que les permitían a la vez ejercer un mayor control y monitoreo de sus mercancías, logrando en ese sentido un entramado que propendía por el control de eventuales ruedas sueltas, ‘sapos’ y desertores, a través del modelo de cobro de cuentas.

En una frase que logra resumir las diferencias entre las dos agrupaciones delictivas, mientras que “los de Medellín descaradamente enviaban cocaína a través de las fronteras en lanchas rápidas o aviones ligeros con tanques de combustible adicionales. Los caleños preferían la marina mercante lenta pero segura. El cártel ha ideado infinitas formas de ocultar el contrabando en la carga comercial y lavarlo a través de terceros países”.

Lo que se complementa con afirmaciones como que “el estilo de gestión de Cali es cerebral, calculador y astuto. En la tradición de las grandes dinastías comerciales del Mediterráneo, las familias principales tienen una estructura patriarcal y autoritaria que exige una disciplina y una lealtad absolutas, pero fomenta la creatividad”, lo anterior para referirse a las modalidades empleadas para el transporte de la droga, destacando mayor inteligencia para hacerlo, recordando la forma en la que esta era camuflada para lograr así, según el testimonio entregado por agentes de la DEA de la época, hacer que “cuatro de cada cinco gramos de cocaína que se vende en las calles de la ciudad de Nueva York” fuera responsabilidad suya.

En su momento, los agentes de la DEA citados por la periodista estadounidense se referían también a la forma en que, en momentos en los que el Estado colombiano centraba sus esfuerzos en combatir al Cartel de Medellín, el de Cali había logrado cierta invisibilidad, la cual se conseguía gracias a su trato especial con las que Time refirió como “personas clave en los negocios, la política, el derecho y la prensa”, incluso recordando que su actuar estratégico era resumido en el alias del ahora fallecido capo Gilberto Rodríguez Orejuela, El Ajedrecista.

En ese sentido, otro de los rasgos que diferenciaban a los dos carteles de droga en Colombia es referido por el entonces directivo de la DEA en Nueva York, quien en el artículo de Time en 2001 sentenció que mientras que las autoridades colombianas se referían como ‘matones’ a los miembros del grupo delictivo antioqueño, en el caso de los vallecaucanos, estos eran referidos como ‘señores’.

Según el reporte, la DEA llegó a estimar que el Cartel de Cali llegó a ser el responsable de la producción y comercialización del 70 % de la coca que llegaba a EE. UU. refiriendo que esta agrupación decidió ir más allá del continente, y consiguió dominar el mercado europeo con el 90 % de los alcaloides que se comercializaba allí a comienzo de los noventa, llegando incluso a buscar socios en la mafia yakuza para llegar a Asia.

Al referirse a las nuevas modalidades de envío de droga, el artículo señala algunos descubrimientos de la DEA frente a la operación de este grupo narcotraficante, refiriendo que su apuesta era el envío de cargamentos ‘seguros’, difícilmente perceptibles por las autoridades estadounidenses, lo que lograban al camuflar medianas cantidades de las sustancias ilegales en cargamentos grandes de algunos materiales, como el envío de 9.000 tablones de madera, en los cuales, solamente 700 contenían la sustancia ilegal; un hecho que fue descubierto en 1988 en La Florida, momento en que las autoridades estadounidenses consiguieron una incautación récord de 3.270 kilogramos de cocaína.

Un pulpo capaz de regenerar sus tentáculos

Sobre el modus operandi del cartel en términos administrativos, la DEA refirió en su momento que esta agrupación operaba bajo un modelo similar a una suerte de pulpo capaz de regenerar sus tentáculos, lo que les permitía hacer que los pequeños golpes que las autoridades lograran dar alguno de los brazos de la agrupación criminal, lograse no afectar la cabeza ni la estructura en sí, pues esta terminaba por ser desligada, haciendo que el rastreo del ‘tentáculo’ no lograse llegar a la organización de origen.

Sobre el particular, las autoridades estadounidenses del momento también referían lo difícil que representaba el rastreo de las fichas en Estados Unidos, pues, al igual que en Colombia, los miembros de la agrupación, lograban hacerse pasar por empresarios, camuflando la acción ilegal en parte de negocios legales como empresas de importaciones de muebles.

De igual modo, referían que existía un estricto control de cada uno de los brazos de la organización, en que la garantía de fidelidad de cada uno de los encargados de ellos estaba dada por la seguridad misma de sus familiares en el país, de modo que un error de los miembros de la organización en Estados Unidos representaba consecuencias para sus familiares en Colombia.

La garantía de invisibilidad de los sujetos en Estados Unidos también se lograba a través del cumplimiento de los lineamientos de sobriedad, con lo que los miembros de la organización vivían en casas modestas y conducían autos familiares para no despertar sospechas de las autoridades.

En ese mismos sentido, la DEA precisa que esa organización era difícilmente permeable, pues dentro de sus políticas de seguridad también estaba el comerciar solo con clientes conocidos, o que brindaban las debidas garantías.

Así, los llamados clientes mayoristas, según detalla la publicación de Time, debían recibir el visto bueno de los responsables en Cali, además de dar en prenda de garantía el pago por anticipado, así como “escrituras de bienes inmuebles como seguro si es atrapado”.

La complejidad del negocio también era talón de Aquiles

Así como la estructura de la organización representaba la posibilidad de blindar a las cabezas tras la vulneración de uno de los tentáculos de la organización, el extremo control al interior de la organización también obraba como un eventual talón de Aquiles, en tanto los estrictos protocolos en el registro de los envíos y pagos, que eran contenidos en libros contables en Colombia y Estados Unidos, se convertían en un factor de riesgo, pues, con los golpes que daban las autoridades policiales a algunos de dichos tentáculos también quedaban al descubierto; debido al registro, los listados de contactos, enlaces y hasta compradores, que permitían a las autoridades obtener información para atacar otros de los eslabones que terminaban por poner la droga en todas las esquinas de Estados Unidos.

Uno de los grandes riesgos que sobre el Cartel de Cali identificaba la DEA a comienzo de los años noventa era que, debido al perfil de sus negocios, y a la forma en la que administraban y ocultaban los dividendos derivados de las actividades ilegales, se habían empeñado en construir un imperio más allá de la generación del momento, proyectándose a futuro, con la formación profesional de las nuevas generaciones a las que, en su momento, se advirtió de parte de algunos periodistas locales, estaban preparando en el extranjero para convertirlos en parte de las élites dirigentes del país, logrando así mayor invisibilidad.