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  El frente Darío Ramírez Castro tiene una guerra declarada contra el Clan del Golfo en la región del Bajo Cauca antioqueño y Chocó. Uno de los motivos es el millonario botín de la minería.
La cultura de la paz no es una iniciativa altruista, sino un imperativo nacional, un llamado a lo esencial sobre el reconocimiento y amor por el semejante, señalan el excomisionado de la verdad, Carlos Guillermo Ospina, y el magíster en seguridad y defensas nacionales, Sebastián Pacheco Jiménez. | Foto: afp

Análisis

Todo a la vez en todas partes. De la guerra en Colombia y sus culpables

El excomisionado de la verdad, Carlos Guillermo Ospina, y el magíster en seguridad y defensas nacionales, Sebastián Pacheco Jiménez, advierten que “la pedagogía sobre la guerra en Colombia está en pañales”. Además, aseguran que “hay mucho analfabetismo social sobre un conflicto que nos ha robado la paz y el país y del cual no hemos hecho catarsis”.

Carlos Guillermo Ospina y Sebastián Pacheco Jiménez
11 de abril de 2023

De una vez por todas, ¿de quién es la culpa en el conflicto colombiano? La respuesta es simple y compleja, ¡la culpa es de todos y de nadie! Una carga colectiva y singular. Hablar del pasado es una materia tan compleja como importante, particularmente si partimos del principio en el que las cosas no son como sucedieron, sino como se recuerda y se relatan, por ello, lo que parece en extremo evidente en un contexto inmediato, en el futuro puede ser completamente tergiversado o trastocado así, quien controle el relato controla el futuro.

Por fortuna y desgracia, en las últimas décadas el país ha estado envuelto en una iniciativa que ha resultado ser tan plausible como nefasta, y es el frenesí por la memoria, la historia, la memoria histórica y, en general, el registro del pasado para determinar de manos de los expertos preguntas fundamentales como: ¿qué fue lo que pasó? ¿Cómo inicio todo? ¿Quiénes fueron las víctimas y victimarios? Entre otras, lo singular está en que no existe respuesta sencilla a estos cuestionamientos y su peor enemigo es la simpleza y el reduccionismo, al final “los expertos” en realidad no sabían tanto y muy pocas personas conocían el país (eternamente dividido por una realidad fragmentada entre el centro y las periferias) así, en el proceso de aprendizaje se han cometido más errores que aciertos, y se han construido más dudas, heridas y enemistades, por lo que el proceso mismo ha legado más confusiones de las que originalmente se propuso investigar.

Mayor (r) Carlos Ospina
Carlos Guillermo Ospina, excomisionado de la Comisión de la Verdad. | Foto: Nicolas Linares

Todo es cierto, pero todo es falso. El caso colombiano es por principio uno de los de mayor dificultad de estudio en el mundo, ya que no se explica en un tweet y no obedece a razones unívocas y concluyentes; por el contrario, el escenario de realidades fragmentadas nos lleva a que, según el momento y el contexto, todas las aseveraciones y conclusiones puedan ser ciertas y a la vez limitadas, haciendo del relativismo una constante condicionada al lugar, el actor armado y el periodo que se estudie. La verdad se pierde cuando entra en boca del debate político electoral, todos juegan a construir trincheras sobre argumentos y relatos que son ciertos pero falsos, y se arranchan en sus islas de conocimiento. El resultado, una mezquina narrativa dividida entre paramilitares y guerrilleros, que es tan vacía como escandalosa y que lastimosamente se ha anclado en la base del debate público que profundiza un ficticio hoyo de segregación que cabalga sobre un cáncer silencioso llamado polarización.

Entre el rojo y el azul, entre el alfa y el omega

Es cierto que en el país existieron grupos armados organizados insurgentes (de guerrilla) que fueron grandes infractores del DIH y los DD. HH. y que incentivaron la aparición de otros grupos con tendencia contrainsurgentes (mal llamados paramilitares) que también fueron grandes infractores del DIH y DD. HH. y aunque en teoría partían de las antípodas ideológicas, en la práctica, establecieron métodos atroces de coerción armada, victimización y sometimiento de la sociedad civil. Ambas afirmaciones son ciertas, divergentes y complementarias, lejos del binomio entre blanco/negro y buenos/malos.

Lejos del maniqueísmo, en las últimas décadas han pululado el número de actores armados con sus respectivas divisiones internas, derivaciones y disidencias, entre ellas múltiples guerrillas, sectores políticos armados; hasta grupos de acciones contrainsurgentes, agravado por un peligroso coctel de carteles de narcotráfico estructuras trasnacionales y grupos de delincuencia organizada con presencia local, municipal y regional. El problema es que todos usan las armas y hay más balas de las deseadas, las cuales se traducen en víctimas y terror.

La guerrilla del ELN ha sido un actor dentro del conflicto armado en Colombia. | Foto: Tomado de redes sociales

La culpa es del Estado. El excesivo leguleyismo ha impuesto la idea del Estado universal y garante. Partamos de lo fáctico, jamás el Estado o su equivalente a lo largo de la historia precolombina, colonial o republicana han consolidado el control de todo el territorio; el establecimiento siempre ha sido más pequeño que el territorio, entre otras, porque históricamente ha sido inhabitado e inhóspito, con una población concentrada en los Andes. Partamos de afirmar que: primero, jamás el Estado colombiano había sido tan presente y garante como lo es en el siglo XXI; segundo, el problema de los estados pequeños y centralistas son legados coloniales intrínsecos en el ADN de la administración pública latinoamericana.

El lío con la historia y el origen de la guerra. El aristotelismo básico establece que el humano es un ser político por naturaleza, por lo que es lógico que mucho de lo estudiado derive en la arena política, sin embargo, hay un vicio y cáncer oculto que ha invadido la mayoría de los estudiosos de la violencia y es que se ha escrito más desde lo político/ideológico que sobre el método científico conduciendo a simples y raquíticas narrativas que han sido combustible para la polarización, el resultado odio y resentimiento.

Sebastián Pacheco Jiménez
Sebastián Pacheco Jiménez. | Foto: Sebastián Pacheco Jiménez

Particularmente, escuchamos en las escuelas cómo se reproduce el relato de que la guerra es el resultado de un pueblo empobrecido que se levantó en armas en contra de una elite oligárquica que se ha aprovechado del aparato militar para imponerse a sangre y fuego o, por el contrario, escuchamos simple demonización de los guerrilleros presentados como máquinas de guerra y grandes asesinos. Por supuesto, esto es en extremo falaz, ya que la realidad indica que en el medio hay un sinfín de personas atrapadas en las tensiones e intereses de los señores de la guerra. Todo ese simplismo oculta o ignora los intereses e intervencionismo internacional, los dineros ilícitos, el oportunismo electoral, el analfabetismo, la Guerra Fría y la inequidad estructural. Al final, lo que se ha impuesto, son las facetas más radicales de un discurso mitificado, mal estudiado y lleno de vacíos.

Demasiada política. Lastimosamente, el escenario político del odio y un interminable discurso polarizado han sido el factor determinante para promover la guerra; antes se hacía en nombre de idealismos foráneos adoptados por banderas rojas y azules, después se hizo a nombre de los líderes políticos criollos que enarbolaron la guerra como medio de confrontación electoral y que llevo al país a ser cercenado de territorio y dignidad, posteriormente, se hizo la guerra en nombre de ideologías y revoluciones provenientes de la URSS y de los Estados Unidos en medio de una guerra político/ideológica que dividió al mundo, y hoy somos presas de la voraz demanda de los “países desarrollados” por las drogas ilícitas que robustece la economía ilegal y alimentan la guerra. Como factor común, está una exagerada y nociva dependencia política del discurso nacional, el cual ha hecho de la polarización, el odio y el desconocimiento la gasolina de su discurso. Basta del caudillismo.

  Iván Márquez, jefe de las disidencias de las Farc de la Segunda Marquetalia, fue pedido en extradición por Estados Unidos por narcotráfico. Su único camino será someterse a la justicia.
Las disidencias de las Farc siguen influyendo en el conflicto armado en Colombia. | Foto: afp

Así pues, podemos concluir que la pedagogía sobre la guerra en Colombia está en pañales, y que está dominado por el fanatismo político, el culto al odio, el dominio de la polarización política y una extrema simplificación; hay mucho analfabetismo social sobre un conflicto que nos ha robado la paz y el país y del cual no hemos hecho catarsis. Es necesario terminar con esos discursos de estigmatización, señalamiento y de negación del connacional, aplicar el principio de solidaridad nacional con el prójimo, la cultura de la paz no es una iniciativa altruista, sino un imperativo nacional, un llamado a lo esencial sobre el reconocimiento y amor por el semejante. Adelante que la paz es posible.

Pendiente está el análisis a los pobres resultados de las entidades encargadas de la memoria y la verdad, quienes tienen una inmensa deuda con el país. Grandes conocimientos deben conducir a pequeñas afirmaciones, la guerra no trae nada bueno y todo aquel que relativice esto debe ser ignorado.