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Atrio, visto desde el oriente.
Atrio, visto desde el oriente. | Foto: Cortesía del Proyecto Atrio

Arquitectura

Atrio, un edificio que refresca la arquitectura bogotana y es clave en la recuperación del centro de la capital

Cuando le plantearon la idea, el arquitecto británico Richard Rogers dijo de inmediato: “¿Cuándo sale el próximo vuelo para Bogotá?”. Si las cosas se dan, como están previstas, Atrio será decisivo en la recuperación del centro de la capital.

Emilio Sanmiguel
4 de diciembre de 2021

Bogotá es una ciudad grande. Para darse cuenta, con asomarse a la ventana basta. Pero no es una gran ciudad y para eso no se necesita de ningún comité de expertos. Solo hay que salir a la calle.

Carece de prácticamente todo lo que tienen las grandes capitales, las llamadas urbes. Su sistema de transporte público, TransMilenio, no es más que un oneroso, aparatoso e ineficiente sistema que, a la final, no es otra cosa que buses. Su “gran museo”, el Nacional, despacha arrimado en un par de alas del Panóptico, porque la paquidermia burocrática no ha resuelto un problema que ya casi cumple un siglo.

Transmilenio
TransMilenio no es más que un oneroso, aparatoso e ineficiente sistema que, a la final, no es otra cosa que buses. | Foto: GUILLERMO TORRES REINA

Los parques son insuficientes; tanto es así que para el bicentenario de la independencia le cambiaron el nombre al del Centenario y listo, y el Nacional es un atracadero oscuro como un antro. Tampoco puede vanagloriarse de su centro histórico, un nudo gordiano de tráfico, sucio, mal iluminado, inseguro e inaccesible. Ni siquiera puede jactarse la Atenas Suramericana de un gran teatro, como cualquier capital. La carrera Séptima, la antigua Calle Real, es un remedo de Calcuta. De lo poco realmente importante en la ciudad, la Orquesta Filarmónica, ni siquiera tiene una sede.

No hay mucho que mostrar. De milagro se han salvado la preciosa plaza de Bolívar y su entorno, a medias la Universidad Nacional, algunos barrios como La Merced y pedazos de Teusaquillo y La Soledad que testimonian mejores tiempos e intentan salvarse de la voracidad inmobiliaria que aborrece todo lo que tenga algún interés; bueno, algunas esquinas, unos pocos edificios y el denominado Centro Internacional.

El centro internacional

Más que las pocas manzanas que legalmente lo constituyen, el Centro Internacional es una pieza clave de la estructura de la capital. De pronto la más importante.

Por el oriente empieza en Monserrate y Guadalupe, los cerros tutelares de la ciudad, luego engarza a la Quinta de Bolívar. Más adelante extiende un brazo hacia las Torres del Parque, el conjunto residencial de Rogelio Salmona, la Plaza de Toros que como monumento no carece de encanto, el Planetario, los aludidos Museo Nacional y el parque “Bicentenario”. Otro brazo agarra la Biblioteca Nacional y el Museo de Arte Moderno.

Torres del Parque: este conjunto residencial, diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona y ubicado en el barrio La Macarena de Bogotá, es considerada una de las grandes obras de urbanismo del país, pues fue pensado para integrarse a su entorno, donde se encuentran la Plaza de Toros La Santamaría y el Parque de la Independencia. Foto: León Darío Pelaez / Semana.
Torres del Parque: este conjunto residencial, diseñado por el arquitecto Rogelio Salmona y ubicado en el barrio La Macarena de Bogotá, es considerada una de las grandes obras de urbanismo del país. Foto: León Darío Pelaez / Semana. | Foto: .

Todo desemboca en el Cementerio Central, que es el Panteón de la Patria, que se ha salvado de milagro. Mediante la avenida El Dorado, todo remata en el aeropuerto internacional, que a la final comunica la ciudad con el mundo: el centro internacional es internacional.

Su centro de gravedad es, justamente, donde se cruzan la avenida Caracas y la de El Dorado. La primera es la única arteria que recorre Bogotá de norte a sur, la segunda lo hace de oriente a occidente. No hay más vías que logren semejante proeza.

Eso fue lo que atrajo la atención de Nayib Neme, un arquitecto bogotano de origen libanés que terminó de empresario, cuando apareció la posibilidad de comprar un lote del Centro Internacional (caracas con 28) en 2007. Luego hizo lo propio con el predio vecino, un baldío anexo al llamado Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada, que no era más que la adecuación de lo que hubieran sido los sótanos del proyectado pero no construido nuevo Banco de la República, en la citada esquina.

Entonces vino la gran reflexión: ¿qué hacer en el lugar? La “pregunta del millón”.

El próximo avión para Bogotá

Ante la disyuntiva de qué hacer con el lote más apetecido y más importante de Bogotá, Neme decidió no hacer lo que la inmensa mayoría habría hecho: ocuparlo con una plataforma comercial, subir hasta donde lo permitieran las normas, hacer algo rentable, y bienvenido un gran negocio, limpio y claro como el agua.

“En ese tiempo había asistido a conferencias de grandes arquitectos sobre el tema urbanístico, que me despertaba inquietudes y preocupaciones. Por eso tomé una decisión y un riesgo: esto hay que hacerlo con un arquitecto internacional, Bogotá lo merece”, le confesó Neme a SEMANA.

Inició un peregrinaje por estudios de grandes estrellas de la arquitectura, a quienes había oído o visto sus logros en todo el mundo. Sabía quiénes le interesaban y quiénes no.

Bogotá panorámica 
Nov 18 del 2021
Foto Guillermo Torres Reina / Semana
Panorámica de Bogotá. | Foto: Guillermo Torres /Semana

Pero una cosa son las ideas, y otra muy distinta, la realidad. Algunos ni se tomaron el trabajo de contemplar la posibilidad. Del Estudio de Calatrava mandaron decir que no estudiaban propuestas inferiores a los 600 millones de euros. Herzog & De Meuron o Renzo Piano manifestaron no estar en condiciones de comprometerse ni estudiar propuestas por el momento.

“Sinceramente, me interesaba Richard Rogers por su propuesta para los Olímpicos de Londres y porque acababa de recibir el Pritzker, que es el Nobel de arquitectura”, agregó Neme.

De un momento a otro se allanó el camino. La embajada colombiana en Londres hizo lo suyo, y del puntillazo se encargó Germán de la Torre, un arquitecto colombiano que formaba parte del staff de Rogers. Finalmente, en abril de 2008, Rogers abrió un espacio en su agenda: “A las 10:30 de la mañana fue la reunión, yo ni tiempo tuve de articular un discurso, digamos, convincente. Le dije que buscaba un desarrollo importante de espacio público. Me preguntó por la ubicación del predio, quienes lo rodeaban observaban escépticos. Desplegué un enorme plano de Bogotá y le expliqué… Me miró fijamente: ‘Cuándo sale el próximo vuelo para Bogotá?’”, recordó Neme.

Dos semanas después, sir Richard Rogers, uno de los arquitectos más importantes del mundo, tras visitar el famoso predio, estaba en un helicóptero sobrevolando la ciudad, porque ya había resuelto dejar una de sus obras en la capital colombiana.

De los diseños a la realidad

Hasta aquí, todo parece una cadena de casualidades para hacer realidad el sueño de entrar a Bogotá en las grandes ligas de la arquitectura, y dar un paso decisivo en el arduo proceso de hacer de la ciudad grande una gran ciudad.

El proceso de diseño de lo que después se llamó Atrio, porque es justamente un atrio urbano, como los de las catedrales, fue más complejo de lo que pueda imaginarse. | Foto: Cortesía del Proyecto Atrio

El proceso de diseño de lo que después se llamó Atrio, porque es justamente un atrio urbano, como los de las catedrales, fue más complejo de lo que pueda imaginarse. Rogers hizo no una, sino muchas aproximaciones al diseño del proyecto. Trabajaban como un águila bicéfala: una oficina en Londres, otra en Bogotá, encargada de tomarle el pulso a la realidad y aterrizar las ideas.

Finalmente, en 2012, ya con una propuesta concreta, el proyecto alzó vuelo en forma de dos torres, de diferentes alturas y proporciones, la primera de las cuales, de 43 pisos de altura, se yergue, triunfante sobre la ciudad, sobre 12.300 metros cuadrados de espacio público, cubierto y descubierto. En el futuro, cuando se levante la segunda, de 66 pisos, conectará con el otro gran aporte a la capital: convertir el obsoleto y nunca bien resuelto Centro de Convenciones en un centro cultural de galerías, auditorios, salas de exhibición y museo, diseñados por Rogers, que se conectará con los espacios públicos.

Más que un edificio

Es verdad que Atrio trajo innovaciones de todo orden. No solo desde el punto de vista de instalar un objeto paradigmático que parece recibir a los visitantes y a los locales. “Una esquina muy bien resuelta que le da una imagen contemporánea a través de la tectónica, una moderna bienvenida al centro de Bogotá”, dijo del edificio Alfonso Gómez Gómez, vicepresidente de Agfa y decano de Arquitectura de la Universidad Javeriana.

 La gran escultura de Jesús Soto, instalada en el espacio público, el gran espacio público del edificio Atrio.
La gran escultura de Jesús Soto, instalada en el espacio público, el gran espacio público del edificio Atrio. | Foto: Cortesía del Proyecto Atrio

Las innovaciones tecnológicas que implicó su construcción, por fuera de las posibilidades de las empresas nacionales, fueron asumidas por constructores canadienses, con experiencia en tecnología de punta, que trabajaron hombro a hombro con colombianos que adquirieron una experiencia que, de otro modo, no hubieran logrado conseguir en el país: para tener una idea aproximada, la plomada del edificio se manejó desde un satélite, la exactitud del detalle constructivo no permitió desfases ni de un milímetro, y el conjunto de planos arquitectónicos superó los 17.300.

Sin embargo, lo realmente trascendente está por verse. Porque Atrio es lo que los urbanistas llaman un detonante, una intervención capaz de cambiar, en el buen sentido de la palabra, las reglas del juego y la realidad, y llevará su influencia a todo el sector, especialmente al sur de la avenida El Dorado, la zona de Santa Fe, un sector de prostitución, prenderías, talleres e inseguridad, que se derrumba por el peso de su propio deterioro y que forma parte del centro de la ciudad. Sobre los costados norte y occidental ya empiezan a ser evidentes los cambios.

Claro, para lograrlo se necesita que la administración distrital ponga un grano de arena en el asunto: un POT sintonizado con la realidad, y algunas inversiones que favorezcan la fluidez urbanística del sector. Lo más importante ya se hizo: un atrio para la urbe.