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Cuando las autoridades llegaron al lugar, los ocho cuerpos ya tenían severas señales de descomposición. La masacre había ocurrido 48 horas antes. | Foto: FOTO: JUAN PABLO COHEN-LA OPINIÓN

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Crónica de una masacre en Palmarito

El hallazgo de ocho cuerpos en el corregimiento de Palmarito, en Cúcuta, dejó al descubierto una guerra a muerte entre el ELN y los Rastrojos en la frontera. Esto es lo que hay detrás del múltiple homicidio. Alianza de SEMANA y el diario La Opinión de Cúcuta.

14 de marzo de 2020

Ocho cadáveres sobre una carretera no podían aparecer de la nada. La escena, además de espeluznante, resultaba un misterio para los campesinos de la vereda Santa María, del corregimiento de Palmarito en Cúcuta. Más cuando en la noche no habían oído un solo disparo.

Ahí dejaron tirados los cuerpos, atravesados en la trocha frente al portón de la finca La Primavera. El punto está a 200 metros de la escuelita García Herreros. Corría el 8 de marzo y apenas amanecía en esta zona rural de Cúcuta, que limita por el norte con la región del Catatumbo y por el oriente con las vías que llevan a Venezuela.

En aquel momento, solo estaba claro que esas víctimas no eran oriundas de la zona. Y el grado de descomposición señalaba que aparentemente las habían asesinado 48 horas antes. Muchas preguntas rondaban en el ambiente. ¿Quiénes eran esas víctimas? ¿Dónde había ocurrido la masacre? ¿Cómo pudo un carro transportar tantos cadáveres sin que las autoridades lo advirtieran?

El pueblo de Palmarito tiene 1.800 habitantes y queda a 50 minutos de Cúcuta. En esa tierra fértil cultivan cacao, cítricos y, últimamente, sacha inchi. Las veredas, esparcidas en un bosque tropical seco, cuentan con ganado, cabras y grandes yacimientos de agua. En las zonas más apartadas aparecen, como manchas, cultivos de coca.

Los pobladores de Palmarito temen que los estigmaticen por la guerra fronteriza que se desarrolla a varios kilómetros de allí, el mismo conflicto que mostró su cara más cruda cuando aparecieron los ocho muertos. Sobre todo, porque esta localidad ha intentado durante varios años resurgir de las cenizas mediante procesos comunitarios de reconciliación y de memoria. Desde 2013, cuando los paras ocasionaron un desplazamiento masivo de campesinos, no sentían tanta zozobra como el día en que amanecieron los cadáveres abandonados cerca de la escuela. “Palmarito es un remanso de paz”, dice un letrero verde y medio borroso a la entrada del pueblo.

"En Boca de Grita las balas atravesaron de esquina a esquina. El pueblo se convirtió en escenario de una guerra como del viejo oeste".

¿De dónde viene entonces esa guerra? Pese a la riqueza natural de la zona, el Estado ha abandonado históricamente esos alrededores. Todo el mundo sabe que por la frontera transitan el narcotráfico y el contrabando de gasolina. Con la salida de las Farc tras el proceso de paz en 2016, el ELN y los paramilitares de los Rastrojos entraron a disputarse a muerte el territorio. Estos últimos han intentado aliarse con los Pelusos, organización armada con raíces en el Catatumbo.

La guerra, que aún no se ha metido a Palmarito, se extiende desde Puerto Santander, municipio que limita con Venezuela. A finales del año pasado, la Defensoría del Pueblo emitió una alerta temprana con carácter de inminencia en la que advertían de los riesgos a los pobladores de este último municipio. El documento habla de desaparición forzada, homicidios selectivos, amenazas a los civiles y riesgo para el ejercicio de los derechos humanos.

Pasando el puente internacional La Unión, en Puerto Santander, está Boca de Grita, el primer poblado venezolano. Se trata del enclave más importante para los narcos hoy por hoy en la frontera, según fuentes de inteligencia que hablaron con La Opinión. En esas calles transan los negocios ilícitos y almacenan la pasta de coca. Hasta hace muy poco, los Rastrojos controlaban esta plaza y se estaban haciendo ricos. Sin embargo, en un momento dado, el negocio comenzó a cambiar de dueño y en medio de la transición han muerto unas 30 personas. La ruptura comenzó cuando el Gobierno de Nicolás Maduro decidió intempestivamente sacar de ahí a los Rastrojos. Al mismo tiempo, el ELN lanzó una estrategia de guerra para acorralarlos hacia el lado colombiano. Y, de acuerdo con el coronel José Luis Palomino López, comandante de la Policía Metropolitana de Cúcuta, venían de Boca de Grita los muertos que aparecieron el 8 de marzo en Palmarito.

“Boca de Grita se convirtió en un gran centro de acopio de la coca que se produce en el Catatumbo. Hasta allá viajan los narcos venidos de México a negociar con los Rastrojos, que aún controlan la zona. Y los elenos quieren coger ese negocio, como ya hicieron en otras zonas del Catatumbo tras la muerte de Megateo (los Pelusos) y luego del proceso de paz que adelantaron las Farc con el Estado”, agregó la fuente judicial.

Tierra de nadie

De los ocho muertos abandonados en Palmarito, siete eran afrodescendientes y uno indígena. Según inteligencia del Ejército, estas personas, asesinadas por el ELN, pertenecían a los Rastrojos, los mismos que han venido saliendo por presión de la guerrilla colombiana y la Guardia Nacional de Venezuela. Uno de los asesinados, Víctor Manuel Masson González, nació en El Banco, Magdalena. La Policía dice que tenía antecedentes por tenencia y tráfico de estupefacientes. Entre los muertos también está Pedro Nel Paternina Díaz, oriundo de Córdoba. Los otros cuerpos corresponden a Yerry Guillén Hernández, de Chimichagua, Cesar; Saúl Barbosa Molina, de Río de Oro, Cesar; y Gustavo Adolfo Mosquera Moreno, de Istmina, Chocó. Familiares de Barbosa Molina y Mosquera Moreno llegaron a Cúcuta para reconocer los cuerpos de sus seres queridos. Pero no entregaron declaraciones a la prensa.

El 15 de febrero, las balas en Boca de Grita atravesaron de esquina a esquina. El pueblo se convirtió en un escenario como del viejo Oeste. Los disparos parecían una matraca salida de control, mientras los pobladores se escondían en sus casas. Boca de Grita se convirtió ese día en un pueblo fantasma. Por las calles solo corrían, encapuchados, hombres ‘enfusilados’ que se guarecían en cualquier parte para hacer fuego.

El Gobierno de Nicolás Maduro comenzó en los últimos meses a cazar a los Rastrojos en Boca de Grita, el primer pueblo del lado venezolano al cruzar el puente de Puerto Santander. El ELN está ganando terreno en esta batalla que ya ha dejado una treintena de muertos.

Según información suministrada a Wilfredo Cañizares, director de una ONG que investiga violaciones a los derechos humanos, en los enfrentamientos murieron dos miembros de los Rastrojos. Dicen que eran guardaespaldas de alias Brayan, el duro de esa organización en Boca de Grita. Unos 100 hombres más huyeron por la trocha La Piragua hacia Colombia.

Las cuentas más conservadoras dicen que esta guerra ha dejado 37 muertos en los últimos meses, en las narices de las autoridades de ambos países. Ese mismo fin de semana en que aparecieron los cadáveres en Palmarito tuvo lugar otra masacre en el lado venezolano. Sucedió al sur de Boca de Grita, exactamente en Ayacucho, en un sector conocido como Pate Cure.

Dos mujeres y tres hombres murieron asesinados en plena calle, dos de ellos atados de manos. Wilber Humberto Jiménez, venezolano, estaba sentado frente a un módulo de la Policía cuando llegaron los armados. Dicen que eran elenos. “Yo no debo nada”, alcanzó a decir. Él y las demás víctimas intentaron correr, pero no lograron salvarse. Uno de los muertos era un colombiano identificado como Johan Arley Sánchez, de 27 años. En una pared del pueblo quedó un letrero en aerosol: “No más paras, fuera paracos”.

“Yo no debo nada", alcanzó a decir uno de los asesinados en la otra masacre de Ayacucho".

Ante la expansión del ELN, los Rastrojos intentan conservar sus bastiones en el lado colombiano. Un habitante de la zona fronteriza, que pidió reservar su identidad por seguridad, aseguró que Rastrojos y Pelusos (EPL) ganan tanto dinero con las vacunas y los negocios de contrabando, drogas y armas que ya le anunciaron a la comunidad que quien no esté con ellos y se rehúse a pagar tendrá que irse o morir.

“Además, nos dijeron que no quieren enterarse de que alguien le está pasando información o ayudando al ELN. Ya la guerrilla está regada por toda esta zona por la que los Rastrojos y los Pelusos también se mueven; todos los días uno ve pasar hombres fuertemente armados, pero no se sabe de qué grupo son. Y lo peor de todo, ni la policía ni el ejército se atreven a patrullar, pues la gente los llama y dicen que les tienen prohibido venir, que solo esperan que ellos (elenos, Rastrojos y Pelusos) se maten entre sí”, señaló la fuente.

Los Rastrojos, que habían buscado infructuosamente aliarse en el Catatumbo con los Pelusos bajo el mando de alias Resorte, van a terminar atrapados en una especie de sánduche. En efecto, desde la frontera con Venezuela, pero por los lados de Tres Bocas, Tibú, vienen otros guerrilleros del ELN del frente Juan Fernando Porras Martínez. Estos últimos se coordinan con sus facciones de las zonas rurales de Cúcuta.

“Alias Becerro, actual cabecilla de los Rastrojos, junto con alias Páez, el Indio, Vitolo y Brayan la van a tener muy difícil para hacerle frente a esa ofensiva que les están montando los elenos. Además, para nadie es un secreto que la guerrilla del ELN cuenta con el apoyo de la Guardia venezolana, lo que agrava el panorama para los hombres de Becerro, que cada día se van a ver más acorralados”, contó una fuente judicial que investiga esta confrontación.

La Defensoría ya había advertido este panorama en su informe de finales del año pasado. Allí resalta que en Puerto Santander la crisis humanitaria no necesariamente se refleja en las cifras oficiales. “Hay un silenciamiento de hechos como la desaparición forzada, el reclutamiento y utilización de niños, niñas y adolescentes, y la violencia sexual, entre otros, que no se denuncian, pero que suceden a gran escala en el municipio, así como la sevicia con la que estos crímenes ocurren. Esto genera una honda preocupación en la Defensoría del Pueblo frente a la acción de las instituciones del Estado encargadas de actuar contra estos fenómenos de violencia”. Líneas más adelante, la entidad vaticina el conflicto que estaba por venir: “Esto teniendo en cuenta el escenario que se prevé por nuevas confrontaciones entre los Rastrojos y el ELN –unidos con los Pelusos–, lo que propiciará la consumación de otras graves violaciones a los derechos humanos así como infracciones al DIH. Se llama la atención de manera urgente para que se tomen todas las medidas a fin de prevenir que estos hechos se concreten”.

La comunidad teme que estas disputas, de por sí graves, terminen por meterse al área metropolitana de Cúcuta. Las jugosas rentas ilícitas en juego hacen presentir que los grupos armados no darán su brazo a torcer. El ELN avanza, los Rastrojos se repliegan, la Guardia venezolana persigue selectivamente a los paramilitares y las autoridades colombianas no parecen tener la sartén por el mango. Esos ocho muertos en Palmarito no llegaron de la nada.