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Algunas señales en el ambiente, como el toque de queda, también generaron incertidumbre y zozobra. | Foto: guillermo torres-semana

PSICOLOGÍA

Y cundió el pánico

Hace décadas el país no había sentido el miedo que vivió con los disturbios que llevaron al toque de queda. La fuente de ese nerviosismo está en cómo las redes sociales amplifican los mensajes negativos. Expertos explican por qué estos sentimientos se esparcen como virus por ellas y recomiendan cómo usarlas.

30 de noviembre de 2019

En 1938 Orson Welles creó miedo colectivo en Nueva York con un programa basado en La Guerra de los Mundos de H.C. Wells que mezclaba segmentos de música interrumpidos por noticias sobre una invasión de marcianos en la ciudad. Quienes llegaron tarde no entendieron que se trataba de una ficción y entraron en pánico. Aunque hoy se discute la escala del impacto, muchos recuerdan haber salido despavoridos del edificio de la CBS desde donde se transmitía el programa mientras otros se agolparon en las calles y forcejearon con la Policía, que había salido a atender la supuesta emergencia. Algunos, incluso, dijeron haber visto seres verdes por la calles.

Algo parecido sucedió en los primeros días del paro en Bogotá y otras ciudades del país, pero no por la radio sino a través de las redes sociales. En la noche del viernes fotos y videos circularon por WhatsApp, Twitter y Facebook, en algunos casos con exclamaciones de “ahí vienen”, que hacían referencia a grupos de vándalos.

Gran parte de la responsabilidad en el miedo generado en esos días recae en los propios usuarios con sus mensajes alarmantes.

Gracias al gran eco que producen estas redes, los residentes entraron en pánico y se armaron con todo lo que tuvieran a la mano: palos de golf, bates, y hasta machetes. En algunos videos se aseguraba que camiones de la Policía dejaban a los vándalos en los conjuntos residenciales para que hicieran de las suyas, aunque luego se constató que, aunque sí hubo destrozos y saqueos en ciertas partes, los supuestos ladrones resultaron ser vecinos de esos barrios que las autoridades habían llevado a sus casas tras el toque de queda.

 

El miedo es un sentimiento natural insertado en la genética para proteger a la especie. La mente está cableada para reaccionar ante amenazas reales pues las ventajas de sentirlo son más grandes que los costos de no reaccionar. El cerebro humano está pendiente de la información que circula en el ambiente, de tal forma que si empieza a escuchar historias de ataques de perros salvajes estará más pendiente de esos animales. Para Víctor Solano, ese día el miedo gobernó y las redes tuvieron mucho que ver en ese proceso. Por un lado, dice, pasó lo mismo que en el cuento de Gabriel García Márquez Algo muy grave va a suceder en este pueblo, que “hizo que las cosas terminaran sucediendo”; y por otro, la gente replicó por las redes lo que ha debido permanecer como un chisme de pasillo. “Nos equivocamos pues publicamos los mensajes de angustia y luego no hicimos lo mismo con los que desmentían el vandalismo”.

Esta no es la primera vez que las redes propagan el miedo. En octubre de 2014 el médico Craig Spencer se convirtió en el sujeto más temido en Nueva York por haber contraído el virus del ébola. Y aunque él no representaba ningún riesgo de contagio, la noticia fue difundida en las redes sociales. Se llegaron a registrar 6.000 tuits por segundo, lo que hizo que los organismos de salud de ese país no lograran atajar la avalancha de mensajes falsos. En poco tiempo el terror fue más viral que la enfermedad porque tuvo el perfecto ecosistema digital para propagarse.

Los estudios han mostrado cómo las redes sociales propagan con mayor rapidez el miedo y otras emociones negativas como la rabia y las noticias falsas. Así lo evidencia un análisis hecho por el Huffington Post en 2018 en Alemania para constatar qué efecto tenía el cambio del algoritmo de Facebook en el que privilegió más las contenidos que la gente comparte de amigos, familiares y de noticias relevantes. Los investigadores encontraron que la información que provocó miedo y rabia tuvo un rol más importante en 2018 que en 2017, cuando no se había producido el cambio de algoritmo. Además de eso, las noticias de portales de dudosa calidad tuvieron casi la misma preponderancia que los medios tradicionales.

Pew Research y Gallup muestran que a pesar del  vertiginoso descenso de la criminalidad en Estados Unidos, existe la percepción de que el crimen aumenta cada año. Para los expertos, la desinformación a causa de las redes crea una realidad paralela.

Cualquier periodista sabe que las noticias malas tienen más impacto que las buenas. Pero ese trabajo ya lo están haciendo muchos que cuentan con un equipo de video, edición en su celular y ellos “no reproducen los hábitos tradicionales del periodista profesional y no consultan otras fuentes ni verifica la información y menos se dedican a curar los contenidos. Simplemente replican”, afirma Solano.

El otro tema es la cercanía. Esos mensajes se comparten por WhatsApp y las redes sociales con facilidad porque vienen de un familiar y, obviamente, la gente confía en ellos. Aunque los expertos creen que puede haber fuerzas de poder que se benefician del miedo de la gente, porque les permiten decir “yo te cuido y te protejo”, en gran parte la responsabilidad del miedo generado en esos días recae en los propios usuarios.

En Colombia, además, sucede un fenómeno particular y es que la sociedad viene de sufrir una violencia prolongada, luego de 50 años de conflicto armado, que sin dudas dejó huellas en su psique, según el psiquiatra José Posada. “Es un efecto acumulativo, tanto a nivel individual como cultural. El gatillo que disparó el miedo fueron los actos violentos, la zozobra y el terror en medio de la desinformación que se generó a través de las redes sociales”, dice el experto. Para la piscóloga clínica Catherine Salamanca el miedo no viene solo sino que a veces lo acompaña la impotencia, la culpa y hasta la rabia, otro sentimiento que se propaga de manera acelerada. Algunos estudios señalan que la felicidad va más rápido que la tristeza y el enfado, pero nada tan veloz como la rabia. En experimentos se ha visto que muchos de esos brotes crearon una reacción en cadena hasta formar un círculo amplio de hostilidad.

Muchos se sintieron como en el famoso programa de Orson Welles, quien en 1938 causó pánico en Nueva York al interrumpir la progamación radial con noticias sobre una invasión marciana.

Otros, como Jonah Berger, profesor de la escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, han encontrado que la razón por la que un contenido se vuelve viral no es si es positivo o negativo sino por cómo se siente el lector ante eso. La tristeza resultó ser una emoción que desactiva, pero la rabia y la sorpresa fueron las que pusieron los corazones a mil y motivaron a las personas a conectarse con otras.

Ante esta realidad nadie duda de que la responsabilidad de la gente frente a los contenidos que publica es enorme. “Estamos en mora de hacer una reflexión en este tema”, dice Salamanca, quien esta semana ha visto cómo sus pacientes trajeron a colación en su consulta el paro. Según ella les genera desesperanza, les interrumpe la rutina y, cuando hay condiciones de base, como trastornos de personalidad, estos se potencian.

Para Solano cada persona con un celular, antes de subir o compartir algo, debe preguntar de dónde viene el contenido, si es veraz y qué efecto podría tener en su público. También sugiere hacer el ejercicio de consultar más fuentes, entre ellas las de los medios tradicionales y las oficiales. El llamado de atención a la población también incluye hacerse cargo de sus emociones pues solo entendiéndolas es posible tener respuestas más asertivas, ya sea desde la empatía, el cuidado y el respeto por el otro. Esto es mucho mejor que salir con miedo a darle garrote al que pase por ahí.