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| Foto: CARLOS JULIO MARTÍNEZ TÁMARA

CULTIVOS

¿Por qué Colombia, Perú y Bolivia son los únicos que siembran coca?

Mientras que la marihuana y el opio le han dado la vuelta al mundo y se cultivan desde el sótano de un adolescente en California hasta en los desiertos de Afganistán, la hoja de coca solo se siembra en Colombia, Perú y Bolivia. Estas son las razones.

4 de abril de 2020

Hace unas semanas, la Oficina para el Control de Drogas de la Casa Blanca reveló sus cifras del cultivo de coca en Colombia. En 2019, según ellos, el país alcanzó 212.000 hectáreas, ligeramente por encima de las 208.000 de 2018. El otro sistema de monitoreo de cultivos ilícitos, el Simci de la ONU, presenta sus informes en el segundo semestre, y las cifras del año pasado todavía no están disponibles; en su informe anterior estimó que en 2018 había 169.000 hectáreas. Aunque los números no cuadran, coinciden en su tendencia al alza durante el último lustro.

Estas hectáreas de coca en Colombia se suman a 23.000 en Bolivia, según la ONU, y 49.000 en Perú. Los expertos dicen que la producción de coca es como un colchón de agua: aunque el total se mantenga igual, si se ejerce presión para reducirla en un país, se sube en otro. Así, mientras que Colombia redujo sus cultivos en la década del Plan Colombia, aumentaron en los otros países andinos. Y en los últimos años, la tendencia se devolvió. Lo que no cambia son las zonas que forman parte del colchón. Año tras año solo aparecen los sospechosos de siempre: Colombia, Perú y Bolivia. Estos tres países andinos se reparten la torta del cultivo de coca.

¿Por qué no hay coca en Venezuela, que es un importante punto de tránsito de la cocaína colombiana, o en Ecuador, que está en medio de dos productores tradicionales del alcaloide? De igual manera, ¿por qué no hay cultivos de coca en Guatemala, que comparte una frontera con México, o en Honduras, donde la debilidad institucional y un presidente acusado de narcotráfico en Estados Unidos podrían ser terreno favorable?

O pensando más allá de América Latina, ¿en los narco-Estados de África occidental, como Guinea Bissau o Guinea Ecuatorial? Estos, que se han convertido en un punto de tránsito de la coca rumbo a Europa, que cuentan con dictadores y se lucran del tráfico, podrían fácilmente destinar cultivos bajo la protección de ejércitos públicos o privados.

En los últimos años, las autoridades han encontrado sembrados de coca en Guatemala y Honduras. Sin embargo, son microcultivos de unas pocas hectáreas que no alcanzan a cambiar la distribución del colchón de agua.

La resiliencia de las cifras colombianas es asombrosa. Después de dos décadas de una guerra frontal, con glifosato desde tierra y aire, innumerables campañas de erradicación manual y una sopa de letras de programas de sustitución (del Plante al PNIS), la coca sigue ahí.

El opio, por ejemplo, otra planta que produce estupefacientes, se ha expandido a nivel mundial: desde el Triángulo Dorado –Myanmar, Laos y Tailandia– y Afganistán, donde es cultivada por los talibanes, hasta las montañas del estado de Guerrero en México. Incluso, en los noventa, alcanzó a ser cultivada en Colombia. 

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¿Por qué solo hay coca en los Andes?

La respuesta obvia sería que la mata solo crece en el área andina, pero es falsa. Las plantas no crecen por motivos políticos, geoestratégicos o policiales. Crecen donde se cumplan unas determinadas condiciones agroecológicas de tierra, temperatura, humedad, altura sobre el nivel del mar, latitud y otras que se los permita. Condiciones tropicales similares a las de Tumaco o el Guaviare se pueden encontrar en todo el cinturón tropical. El ecosistema del Catatumbo no respeta la línea de demarcación entre Colombia y Venezuela.

La realidad es que no hay una buena explicación para que la producción de coca siga concentrada en los países andinos. En un mundo –y en un negocio– tan globalizado, no deja de ser una anomalía.

Juan Lucas Restrepo, director del Centro Internacional de Agricultura Tropical (Ciat) y Bioversity International, explica que “en agricultura se maneja un concepto que es el de ambientes análogos, y, por supuesto, hay ambientes análogos a los colombianos en África y en Asia, donde se podría dar el cultivo de coca. Desde el punto de vista agroambiental, no hay ninguna restricción, lo que significa que el problema es otro”.

Si la repuesta no es la agronomía, debe hallarse entonces en los costos. ¿Acaso es más barato producir en Colombia? Es factible pensar que las campañas de erradicación encarecerían la coca colombiana hasta el punto de sacarla del mercado. Claro que un estudio de costos del negocio de la cocaína no solo contempla los de producción, sino también los logísticos del transporte y el riesgo de las incautaciones. Por un kilo de cocaína pueden pagar entre 1.000 y 1.200 euros en la zona de producción, de 20.000 a 25.000 euros puesto en un puerto europeo y entre 150.000 y 200.000 euros vendido al detal en la calle.

Un consultor de una firma miraría el estudio de caso en términos de supply chain optimization. Recomendaría acortar las cadenas de suministro para reducir costos y evitar disrupciones a las mismas. Se puede pensar que, si los mercados principales son Estados Unidos y Europa Oriental, reubicar la producción más cerca del consumidor final tendría sentido para evitar cadenas logísticas tan largas. Bajo está lógica, Centroamérica podría abastecer al mercado americano, y África occidental al mercado europeo. El tráfico de coca es un negocio que mueve decenas de billones de dólares al año, y un ahorro de puntos porcentuales podría representar recursos millonarios en ganancias o ventajas frente a la competencia.

Según Sergio Guzmán, director de Colombia Risk Analysis, una consultora de riesgo político, no es fácil que en otras naciones se replique la capacidad instalada que ya tiene el país para el procesamiento y tráfico del estupefaciente. “En Colombia no solo se encuentra la materia prima de forma fácil, sino también cuenta con instalaciones y personal capacitado en la transformación de la sustancia; existen los ingenieros y navegantes que hacen y tripulan los semisumergibles, y existen los vínculos de negocio con los compradores. Si fuera cualquier otra industria, uno podría decir que Colombia tiene experiencia y una ventaja competitiva que es difícil replicar en otros lugares, a menos que se cuente con capital semilla y una paciencia estratégica por parte de los grupos narcotraficantes”.

Un politólogo diría que se deben buscar las razones en la corrupción política y el abandono estatal. Es cierto que las economías ilegales buscan vacíos institucionales y florecen frente a la ausencia gubernamental. Pero también es cierto que Colombia tiene instituciones más fuertes que Venezuela –donde Maduro y la plana mayor chavista fue acusada esta semana de narcotráfico– y muchos países de Centroamérica y África. La Policía Nacional es un referente mundial en la lucha contra la droga. Y en cuanto a la corrupción política, el escándalo de Odebrecht ha demostrado que es un fenómeno regional.

Si no aplica la lógica del mercado o la ciencia política, ¿entonces se debe a factores culturales? Pensar que hay algún rasgo traqueto innato en la cultura colombiana que la predispone a la ilegalidad es absurdo. Pero, como es bien sabido en economía, las instituciones son ‘pegajosas’ y eso les da resistencia. Desafortunadamente, el país ofrece vasta experiencia en el tráfico y la transformación de estupefacientes. Como en cualquier negocio, el capital humano existente da una ventaja a una empresa establecida, lo que en las escuelas de negocios llaman incumbency advantage.

Sin embargo, ninguna industria es resistente al cambio: en los últimos 20 años, el tráfico de drogas es diferente. Ya no existen los carteles verticalmente integrados, como los de Medellín y Cali, que controlaban la producción, el tráfico internacional y la distribución en Estados Unidos. Hoy en día, los grupos mexicanos compran en Colombia y se encargan del tráfico internacional. Nuestro consultor diría que se hizo un outsourcing, o tercerización de la producción y que cada eslabón de la cadena se ha enfocado en sus core competencies.

La realidad es que no hay una buena explicación por la que la producción de coca siga concentrada en los países andinos. En un mundo –y en un negocio– tan globalizado, no deja de ser una anomalía. Mientras que la marihuana y el opio le han dado la vuelta al mundo y se cultivan desde el sótano de un adolescente en California hasta en los desiertos de Afganistán, la siembra de la hoja de coca se mantiene pegada a su origen en los países de los Andes. Valdría la pena que los estudiosos de la materia investigaran por qué. Es curioso que un negocio que no respeta las leyes le tenga un miedo extraño a la globalización.